Descripción
Durante décadas, el antropólogo Jeremy Narby ha colaborado con las poblaciones indígenas de la Amazonia para que obtengan los títulos de propiedad de sus tierras. Pero, desde sus primeras estancias en lo más recóndito de la selva peruana, Narby también fue tomando conciencia del extraordinario y amplísimo conocimiento que los chamanes tienen no solo de las plantas, sino también de sus interacciones bioquímicas y moleculares. ¿Cómo era esto posible? Sin duda ese conocimiento era real, hasta el punto de que las principales multinacionales farmacéuticas se han apropiado de él y han reconocido que lo usaron, por ejemplo, para la creación de las primeras anestesias de uso quirúrgico. Narby quiso averiguar cómo estos hombres, ajenos a toda herramienta científica, habían podido conocer una información biológica a la que ni siquiera los químicos occidentales habían tenido acceso previamente. La respuesta que recibió de los chamanes resultó ser tan simple como inesperada: fue la ayahuasca, planta alucinógena sagrada, quien se la transmitió. A pesar de su lógico escepticismo inicial (los occidentales no creemos que las plantas se comuniquen con los humanos), poco a poco fue obsesionándose con este misterio: ¿era posible que, gracias al estado alterado de conciencia que facilita la ayahuasca, los chamanes llevaran milenios accediendo al conocimiento bioquímico atesorado en el ADN (ese mismo ADN que la ciencia descubrió en 1953)? ¿Cabía la posibilidad de que chamanes y científicos estuvieran contando con distintas palabras una misma historia sobre el origen de la vida y del conocimiento? Narrada en primera persona a la manera de una novela detectivesca, tan brillante y provocadora como extremadamente rigurosa y documentada, comienza así una investigación en la que el autor nos guía por los límites del conocimiento científico y por las preguntas que la ciencia prefiere no responder. Un libro de culto, traducido a una decena de lenguas, y para leer con precaución: podría dislocar tu concepto de eso que tan perezosamente llamamos «la realidad».